Reconociendo Bogotá
La Plaza Bolívar, La Candelaria, la montaña y su teleférico, autopistas, tráfico, mango, aguacate, obleas, coco, arepas. Hago una pausa aquí porque quizás estén confundidos. ¿Caracas? Sigo: el Museo de Botero, la Catedral de Sal, arepas de choclo, bandeja paisa, ajiaco y por supuesto cerveza Club Colombia roja bien fría. Bogotá es, a mi parecer, lo más parecido que existe a Caracas pero con frío, seguridad y el crecimiento económico que Caracas dejó de ver hace varios años.
Pero aunque Colombia y Venezuela sean países hermanos y compartan mucho de su cultura, gastronomía y costumbres, siempre hay algo nuevo que conocer y disfrutar. En mi caso ya saben por donde va la cosa. Estos días que tuve la oportunidad de ir, hice lo posible por aprovechar el tiempo y conocer un poco más sobre cómo se come en Bogotá, ingredientes típicos que no utilizamos en Venezuela, lugares emblemáticos y también otros que no lo son tanto, pero que están haciendo cosas muy interesantes.
Para mi muy grata sorpresa, en Bogotá se está viendo mucho el movimiento farm to table, que no es otra cosa que aprovechar lo que se produce localmente sin intermediarios entre el productor y el restaurante o establecimiento comercial, para obtener los mejores y más sanos productos. Leí bastante “de la mata a la taza”, “producción local”, “ingredientes frescos”, etc., y me puse a pensar sobre la importancia de impulsar a los pequeños agricultores y productores en general, no sólo para promover la economía de un país, sino también para generar consciencia sobre cómo nos alimentamos, así como las consecuencias para la tierra, para nuestra salud y para la sociedad al tomar la decisión cada día sobre qué poner en nuestro plato.
Abasto es un restaurante que practica esto. En su menú incluyen ingredientes de productores locales como miel de la Calera, quinoa de Saboyá, palmito fresco del Putumayo y sal marina de la Guajira. El café, como buenos colombianos, también se lo toman muy en serio. Por eso eligen los granos de los mejores productores y regiones, para luego con mucho amor –la única forma de hacer buen café- trabajar el tostado, molienda y elaboración del mismo. Yo fui a desayunar y me encantó encontrarme con un menú que mezclaba platos típicos colombianos, como la arepa de mote con chorizo santarrosano, migas o la arepa de huevo, con otros tal vez más americanos pero sanos y propios de un buen brunch, como las panquecas de avena o la tostada de aguacate. Mini-mal es otro restaurante que maneja el concepto de darle gran importancia a los ingredientes colombianos, sólo que lo lleva al más interesante de los extremos. Para ellos, conocer los ingredientes colombianos implica ver la geografía de Colombia en su totalidad, y eso incluye una de las regiones tal vez más olvidadas en la cocina popular, no sólo allá sino también en Venezuela: el Amazonas. Así que en su menú leerán cosas como chancacas, ortiga, tucupí, farofa, feijoa, arazá, camu camu y copoazú, entre muchos otros. Si son como yo, esto significa pura emoción de probar cosas nuevas como el Tumaco, bolitas de plátano rellenas con carne de jaiba y guisadas en leche de coco; el Arawak Karib, filetes de róbalo acompañados de mañoco con una salsa de guayaba, feijoa y eneldo, ñame y suero costeño; o el pollo salteado y caramelizado en reducción de chicha de maíz con pesto de cilantro, queso paipa y puré de papa criolla. ¿Ya les dio hambre?
Bogotá es encantadora y esta búsqueda de lugares interesantes hizo mi última visita realmente especial. Conocí el mercado de Paloquemao (que vendría siendo como nuestro mercado de Quinta Crespo), en el que vi una cantidad impresionante de frutas, vegetales, tubérculos, flores, pescados y granos que no conocía; caminé nuevamente la Plaza Bolívar y la zona de La Candelaria; visité el mercado de los domingos de Usaquén y la Zona T; fui a lugares muy populares de la ciudad como Harry’s Bar de Harry Sasson, Andrés Carne de Res en Chía y el restaurante Club Colombia (no se discute, hay que conocerlos); tomé café en Devoción y probé el de Amor Perfecto. También disfruté a mi familia y pensé mucho en Caracas. Finalmente entendí lo que representa Bogotá para mí: esperanza. La posibilidad de una vida mejor, de progreso, de superación.